Año intenso como pocos, de esos que te revolucionan puertas adentro y afuera. Se termina y la rutina sigue pero hay algo del orden de lo simbólico que nos dice “sí, llegaste, lo lograste, se terminó” y a mí que me puede el pensamiento mítico-mágico y la ficción de ordenar mi cabeza, me produce cierta paz. No me juzguen.
Cuando empezó el año me propuse algo simple: no volver a cambiar de trabajo. Bueno, no lo logré. En julio presenté telegrama de renuncia a una universidad y me encontré trabajando para Alternativa Teatral. No estaba en mis planes, pero valió la pena salirse del plan, ¿o no? Un nuevo desafío que me pone a prueba todos los días, pero que me dio muchos días soleados en meses de fuertes tormentas internas (repito, año intenso como pocos).
Otra cosa que me propuse este año fue ir a más museos, leer más libros e ir más al teatro. Creo que no lo logré, pero di lo mejor de mí y eso es más valioso que cumplir las metas a veces. En total vi 50 obras (que pude contar gracias a mi total dependencia de la agenda en papel). Tuve momentos en los que nada me interesaba, otros de total fascinación y otros donde volvía a encontrar el disfrute más allá de un posible análisis. Este año, en muchas oportunidades, el teatro fue la valiosa oportunidad de tomar un poco de aire fresco, hacer silencio y sonreír, y no saben lo importante que fue.
Escribí poco, es cierto. Pero me animé a otros dispositivos y durante varios meses me pudieron escuchar recomendando obras en la radio, llevando el teatro a nuevos espacios. Hablé todos los miércoles a las 13hs en Café y Finanzas por EcoMedios, superando así mi miedo a hablar en público. Bueno, lo sigo superando, pero el avance es alentador.
Lo que me dejó la escena de Buenos Aires en este 2019 (en orden de aparición, no importancia) empieza con Maratón Abasto, un evento enmarcado en el #FIBA donde la cultura tomó las calles, se vistió de kermés y se ambientó en colores. Me quedo con el recuerdo de personas de todas las edades, caminando juntas, mirando teatro, escuchando música, animándose a ser parte, a espiar, ampliando su curiosidad.
Imprenteros fue una obra de esas que tardé en ir a ver, un pendiente del 2018 que cumplí en 2019 y me dejó con una sensación hermosa. Sí, se puede dar un abrazo a través del arte. En este biodrama, Lorena Vega pone a su familia en primera persona, nos muestra archivos documentales que dan cuenta de un relato, hace una suerte de juego de roles con amigos, y entrevista a sus hermanos. La historia familiar puede ser feliz y triste a la vez, se puede contar con dulzura y con gracia, se puede hacer un reclamo y apelar a la memoria con cariño, se puede trabajar desde una memoria documental, desde los recuerdos pero también desde el cuerpo que lleva la memoria de un oficio. Vuelve en abril a Timbre 4.
El fin de Maruja Bustamante fue de esas obras que disfruté más en retrospectiva, me quedé pensando en la obra después de haber salido de la sala, di vueltas a mi memoria y a algunos conocimientos adquiridos recientemente, la pensé y la disfruté desde un lugar simbólico. Me gustaría volver a verla.
Jardín sonoro fue puro placer estético. Me puse los auriculares y mientras paseaba por el Jardín Botánico de Buenos Aires, me fui dejando llevar por los relatos de dramaturgas argentinas, hermosos relatos que me conmovieron y me dejaron pensando. Haría esta experiencia mil veces más.
Barroco en Barracas. Las novias del templo escondido, esta es una obra de esas que te hacen sentir una afortunada por haber estado en ese aquí y ahora, incapturable, irrepetible. La buena noticia es que van a estar participando del próximo #FIBA así que de verdad, cuando salgan las entradas, reservate tu lugar. Una obra mágica, para pensar, para reflexionar, para protestar, intervenir el patrimonio, hablar con el cuerpo y cuestionar desde la danza.
Las cosas de Mabel, esta obra me tocó desde un lado muy sensible, muy íntimo y me la llevo como el abrazo de una abuela.
Hamlet, de Rubén Szuchmacher en el San Martín y Ojalá las paredes gritaran, lograron que me amigue con el clásico Shakespereano. Cada obra a su manera logró hacerme viajar, olvidarme de que estoy en mi butaca, reirme, contener la respiración y aplaudir con ganas. La primera vuelve al San Martín en pocos meses, la segunda hará temporada de verano en el Metropolitan Sura.
Recuerdos a la hora de la siesta de Emiliano Dionisi fue absolutamente hermosa, me llevó directo a mi infancia en un viaje que quisiera recetarle a todes. También vuelve y podés ir con o sin niñes.
El hipervínculo de Matías Feldman es otro pendiente de mi 2018 que cumplí en 2019 y la disfruté muchísimo estética e intelectualmente. Fueron tres horas a puro disfrute, no quería que termine.
A lo lejos sonaban disparos de La joven Guarrior con dirección de Juan Parodi me gustó tanto que me guardé sus canciones en mi playlist de Spotify. Vuelven el año que viene al Galpón de Guevara.
Todo piola de Gustavo Tarrío fue otro gran pendiente que pude apreciar en 2019. ¿Puede una obra incomodar y ser a la vez absolutamente tierna? ¡Claro que se puede! Si no la viste, podés hacer a partir de abril en Timbre 4.
Barracas al fondo del Circuito Cultural Barracas es la última de mi lista, que como ya dije, viene por orden de aparición en mi agenda y no de importancia ya que esta fue una de las que más me gustó. El teatro comunitario logra conmover desde un lugar único, desde lo artístico, lo social, lo urbano, la música. Tiene el poder de crear vínculos, lugares de encuentro, de reflexión y de prestar atención. De verdad, te transforma.
Esta obra fue la última que vimos con Proyecto Pierre que logró completar su tercer año afianzándose en un lugar de encuentro, para seguir creando el hábito de ir al teatro en estudiantes universitarios y docentes.
Algo así fue mi 2019.
2020 no te tengo miedo, te espero ansiosa.
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