Publicada en la web del Área de Comunicación y Artes Escénicas -artesescenicas.sociales.uba.ar
El Cementerio de Recoleta será el punto de encuentro. Puntuales y con ropa cómoda entramos, nos dan un aparato con auriculares, y esperamos al lado de la estatua de un Cristo a que comience a hablarnos una voz. Así comienza Remote Buenos Aires, en el marco del FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires).
A medida que escuchamos la voz, vamos transitando el espacio, vamos activando la imaginación a través de preguntas, vamos desarrollando una mirada extrañada, nos vamos cuestionando lo dado, lo cotidiano y agudizamos el observar. Nos preguntamos para qué estamos acá, qué son todas esas bóvedas, esos lujos de seres que ya no existen, indagamos en recuerdos. Nos preguntamos por qué y para qué.
Aceptamos el acuerdo de respetar la voz que nos habla a través del auricular; nos manejamos en grupo, en masa, en rebaño; y hacemos visibles esas pautas culturales del respeto y la educación. Nos hacemos cargo del caminar solemne en un cementerio, de observar a los otros y de tomar decisiones. Así nos vamos moviendo hasta salir del cementerio. Recorremos la Ciudad guiados por una máquina, nos movemos en conjunto, como manada, y lo aceptamos. Vemos la Ciudad como una gran escenografía en una obra de teatro, somos espectadores y protagonistas a la vez. Cruzamos semáforos, nos sentamos en el piso, subimos y bajamos escaleras, abrimos puertas, atravesamos jardines, nos miramos.
Nos miramos y nos unimos para entrar en una foto, un pequeño recuerdo. Corremos, nos cansamos, nos tomamos un tiempo para pensar solitarios y volvemos a arrancar. Hacemos grupos y subgrupos. Obedecemos y cuestionamos a la vez. ¿Quién decide? Qué ropa usamos, qué comemos, cómo debemos comunicarnos en las redes, qué soñar, qué temer… ¿Quién decide?
Nos alejamos del espacio que conocemos, de esas calles que pisamos tantas veces, del hacinamiento del subte, de esos shoppings, esos objetos que compramos para llenar un vacío. Nos extrañamos de lo que percibimos como normal, como cotidiano. ¿Por qué nos identificamos con objetos? ¿Por qué nuestra personalidad se ve reflejada en objetos sin vida? Seguimos en masa. Ahora somos un grupo de 50 personas divididas en tres grupos. Todos juntos, sin hablarnos, con auriculares. Nos movemos entre personas “fuera del juego” y son pocos quieren voltean a mirar qué pasa. Nos camuflamos entre tantos otros con auriculares que no se hablan. Entramos a un subte con la luz del día y salimos al anochecer.
Seguimos siendo un rebaño, o tal vez ya somos comunidad. Nos movemos juntos pero no paramos de observar. Curiosos de la experiencia, aceptamos revisar lo dado y volver a mirar con otros ojos. No le tememos al ridículo, confiamos en quien nos guía. Nos diferenciamos nosotros también, pequeña manifestación de nuestra particularidad, alzamos los puños al viento y nos perdemos en un baile a la vista de todos pero que se siente como si nadie estuviera mirando. Aunque nosotros mismos estemos mirando. Menuda experiencia espectadora. Subimos al cielo y podemos verlo todo desde otro ángulo. Siempre hay otro ángulo para mirar.
Mientras más cansados, más predispuestos a la reflexión. El cansancio, el ridículo, la entrega, todo se vuelve parte de la experiencia. Como espectadores protagonistas nos volvemos un público ideal: dispuesto a jugar. Pero también dispuesto a las sorpresas, y dejar escapar alguna sonrisa traviesa cuando la perfecta sincronía de la experiencia nos da un mimo, un saludo inesperado o un chiste que no esperábamos. Caminamos hacia atrás para olvidar lo pasado y atraer el presente, miramos hacia adelante para seguir avanzando. El recorrido se va acompañando por el clima de la música, de los otros, de la Ciudad, de nuestro estado físico, de energía inicial, de adrenalina, agotamiento, vértigo, encierro. Un recorrido sensorial donde vamos superando obstáculos para llegar a la cima. Un juego. Una experiencia para vivir las artes escénicas y animarse a jugar.
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