Llegué a la Ex Biblioteca Nacional, aquella donde habitó Borges, por segunda vez. La primera vez convocada por mi curiosidad a través de un Open House, la segunda vez convocada por mi amor a las artes escénicas: estuve allí para ver “Laberintos” de Andrea Castelli en el marco de Museos en Danza.
Borges acompaña el recorrido, sus palabras, sus versos, sus anécdotas y huellas. Atravesamos el espacio juntos - en grupo - como un laberinto, descubrimos rincones y espacio. Avanzamos lento, queremos demorar el final. También nos acompaña el tango, y por supuesto el patrimonio: estamos caminando por el primer edificio que se construyó para fines institucionales, que había sido ideado como lotería, que fue biblioteca y ahora alberga algunas áreas de la Secretaría de Cultura. Hay huellas de su historia, como si las paredes también albergaran recuerdos.
La performance de danza irá habitando el espacio, primero se observa desde abajo, ocupar la escalera, subir y bajar. Ser uno con el espacio, realmente estar allí. Luego un guía nos indica el camino: podemos subir las escaleras y acceder a una sala donde Borges festejaba su cumpleaños y a modo de tradición rompía una copa en el hogar. Mientras escuchamos poesía, avanza la danza, interviene el espacio y el relato, conecta con ese aquí y ahora.
Pasamos al despacho de Borges, los cajones se abren de recuerdos. Nos permitimos ver o contemplar a oscuras, disfrutar las sombras, los silencios y los movimientos lentos. Como si cada espacio que recorremos nos brindara una cuota más de placer, en crecimiento.
Bajamos las escaleras y contemplamos una danza desde las alturas. Allí me doy cuenta: nunca había tenido esta perspectiva. Es hermoso.
Llegamos a la sala de lectura, que me impactó tanto como la primera vez que la vi. Quisiera haber nacido en otra época para poder verla llena de mesas y poder sentarme a leer allí. Pero hoy vuelve a estar viva, se tiñe de rojo y humo. Hay una bailarina en el medio del espacio y no le puedo quitar los ojos. Luego se iluminan dos ventanales al fondo y unas siluetas la acompañan. La acción pasará luego para los balcones laterales, aquellos que años atrás daban hogar a enormes estanterías llenas de libros. Los bailarines se entrelazan con los estantes, las columnas, las barandas. Siento que ocuparon todo el espacio y me envuelven. Llenan el espacio de sillas, la circulación se complejiza, el laberinto se vuelve más evidente. Y a través de esas sillas podemos pasar nosotros, abriendo paso.
Un piano enciende la escena, que comienza con una bailarina desde el suelo, la tierra, y luego se irán prendiendo luces y veremos incorporarse a través de ventanales y escaleras a muchos más. Algo realmente precioso. Nos despiden ocupando todo este espacio - que solía funcionar como un lado B de la sala de lectura - en un baile libre que interpela y dan ganas de bailar.
“Laberintos” es una de esas obras que te despiden con una sonrisa en la comisura de los labios, esa que esbozás sin darte cuenta, sin obligación. Como un mimo. Que habita un espacio y lo hace lucir desde todos sus rincones, con su memoria y sus huellas, en su entidad patrimonial, que nos permite preservarlo desde el recuerdo de una experiencia sensible, que nos vincula con el espacio con respeto y creatividad.
Ficha técnica Dirección: Andrea Castelli.
Bailarines Ballet Folklórico Nacional: Sabrina Castaño, Juan Federico Santucho, Jimena Visetti, Mariángeles Regiardo, Gabriela Ponce de León, Rodrigo Colomba, Alexis Bogado, Belén Italiano y Juan Manuel Visetti.
Anfitrión Biblioteca: Germán Álvarez.
Piano: Gustavo Álvarez, integrante de la Banda Nacional de Ciegos.
Asistencia de Dirección: Carina Mele.
Asistentes Coreográficos: Sabrina Castaño y Juan Federico Santucho.
Jefe Técnico del Área de Producción Centro Nacional de la Música: Rodrigo Parise.
Fotografía: Mariano Longo Guillermo Dorfma.
Vestuario: Renata Schussheim (vestuario para obra a estrenar de Oscar Araiz) y Carlos Kern.
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