Publicada en la web del Área de Comunicación y Artes Escénicas - artesescenicas.sociales.uba.ar
Corre el año 1958 en la cárcel de Joliet, Illinois. Nathan Leopold se enfrenta, luego de 35 años de prisión, a una junta que evalúa dejarlo en libertad condicional. Se encuentra allí por un crimen que cometió a los 19 años: “el crimen del siglo”. Así, mezclando presente y pasado, confesiones luego de mucho tiempo y la vivencia del recuerdo, vamos sumergiéndonos en El Pacto, un thriller musical basado en un caso real que conmovió a EEUU en los años 20’. Así, a través de la mirada de Nathan, vamos teniendo acceso a los recuerdos, hechos del crimen, que nos llegan de a cuotas, como pistas, que nos invitan a hilar cabos lentamente y nos mantiene atrapados desde el comienzo de la función.
Nathan y Richard son dos amigos muy cercanos, estudiantes de derecho, hijos de la clase alta de Chicago. Luego de un tiempo separados por estudiar en universidades distintas, se reencuentran. Richard llega con ideas nuevas, ha estado leyendo a Nietzche y se cree el ejemplo ideal de un Superhombre. Superior a los demás, desafiando lo establecido, los valores impuestos socialmente, desafiar lo que la sociedad dice que está bien, trasgredir, romper límites. Bajo esta premisa, es que empezamos a notar cierta perversión en Richard, cierto placer y exitación en esta ruptura con las normas, que logra aliarse perfectamente con la obsesión que Nathan siente por él. Así es que se va gestando el pacto entre ambos. Un pacto de amor y dominación. Así es que Nathan accede a ponerse a disposición de Richard en sus crímenes (que empiezan casi como travesuras) y a la vez, Richard accede a ponerse a disposición de Nathan como amante y serle siempre fiel.
A lo largo de la obra vamos desentrañando la relación de ambos, para poder descubrir así los detalles del crimen, el porqué de cada uno, del pacto, de cometer un asesinato, de su captura. Llegamos a comprender a los personajes en su psicosis sin juzgarlos en absoluto, y podemos entrar en esa lógica perversa que los explica. Es que no se los juzga desde el texto, ni las actuaciones, la puesta en escena decide no juzgarlos sino explicarlos. Eso hace la obra tan rica, tan interesante.
A la vez que vamos descubriendo detalles de esta historia, también descubrimos detalles del escenario con una iluminación que permite apreciar rincones, que desvela y a la vez transforma, que se pone a disposición de la historia y hace de guía en los distintos puntos de vista. Que logra que un escritorio se transforme en auto y luego en cama sin que esto haga ruido en absoluto. Lo mismo sucede con la escenografía que logra contar y transformar la escena con poco, que muta fácilmente y nos lleva a esos lugares escondidos de los recuerdos al instante. Todo está dispuesto para contar la historia en unidad.
Las actuaciones de Leandro Bassano (Nathan) y Pedro Velázquez (Richard) son un placer, dejan ver en escena todo el trabajo de un equipo detallista y minucioso de esta obra que llega a la cartelera porteña desde el Off de Broadway con la adaptación de Marcelo Kotliar y dirección de Diego Ávalos.
Es que la historia está tan bien contada que su perversión se vuelve fascinante, que genera preguntas a lo largo de toda la puesta y las va respondiendo lentamente. Está tan bien contada que genera disfrute en sus canciones, sus actuaciones, la disposición visual del escenario y toda la construcción de ese mundo que nos invitan a espiar.
FICHA TÉCNICA
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