Hay un disparador, un hecho contundente: el femicidio de Felicitas Guerrero en 1872, aunque en aquella época (y hasta hace no mucho) se lo llamara crimen pasional. Era joven, viuda, rica y muy hermosa, según cuenta la historia. Luego del luto se había enamorado y veía una segunda oportunidad, pero un viejo pretendiente consideró que no lo merecía, que no podía amar a cualquiera, que ella era su propiedad y que aunque no correspondiera su amor, él tenía derecho incluso a quitarle la vida para que obedezca. Tras su asesinato, sus padres construyeron un templo en su honor, el Templo Escondido, y según cuenta el mito urbano: los vecinos de Barracas a veces la ven pasar, llorando con su vestido blanco y sangre en el pecho.
En la entrada del Complejo Histórico Santa Catalina cuelgan los vestidos que el día anterior se expusieron performáticos en el San Martín. “Vestidos lastimados, arañados, rasgados. Bañados en alcohol y querosén. Atravesados por agujas de tejer, puñales, armas, encendedores. Ahogados, deformes, despedazados, enfermos. Vestidos Violentados”. Aquellos vestidos que quedan como huella de la violencia, aquellos que se visten con entusiasmo, aquellos que se cuestionan, aquellos que son considerados provocadores, impropios, justificativos de la agresión. Aquellos que se hacen cuerpo y, en este caso, símbolo del crimen.
Luego, subimos las escaleras y atrás de una puerta alta comienza la acción: llegamos al Templo Escondido, que sigue la estética arquitectónica de un templo neogótico pero no funciona con fines religiosos. Allí hay una luz cálida, tenue - parecía rosa - humo y columnas. Columnas, altas, enormes, hermosas. También había cuerpos aferrados a esas columnas, cuerpos casi desnudos, figuras como parte de una escenografía marcada por el patrimonio. Cuerpos que comenzaron a moverse, primero los dedos, luego las manos, los brazos, y así lentamente comenzaba la magia.
Nosotros espectadores, nos fuimos moviendo por el espacio, al principio no sabíamos qué hacer pero pronto entendimos el código: cada uno debería ir construyendo su propio camino, debería moverse para seguir los acontecimientos y aceptar que cada uno tendría una mirada distinta de lo que iba a acontecer. Las luces fueron una gran guía para la mirada y el cuerpo, para entender qué venía después y como movernos para ver bien pero sin entorpecer el espectáculo. Los propios bailarines fueron delimitando el espacio con sus movimientos también. Estuvimos una hora en un templo neogótico caminando por el espacio, persiguiendo la danza, mezclados, solos y juntos a la vez. Fuimos ese colectivo que observa y se hace presente.
Música lírica acompañaba cada movimiento, en una puesta que se permitía no solo jugar con el espacio sino también con el tiempo. Estamos aquí y ahora, pero también allá: en aquella época de vestidos largos, música lírica y templos neogóticos. Estamos allá, con Felicitas, pero también aquí con vestidos (cuerpos) que siguen siendo violentados.
La obra tiene momentos de belleza absoluta, de delicadeza y suavidad, pero también momentos dolorosos, violentos y agresivos. Nos mezclamos entre los artistas, los observamos, respetamos su código y los admiramos. Como no media la palabra, nos vemos rodeados de estímulos simbólicos y sensoriales. Vemos cómo el género toma distintas formas, cómo aparece esa sensualidad y delicadeza atribuidas a las figura femenina, también la virilidad y la pelea atribuidas a la masculinidad, pero también un hermoso desfile de vestidos que se posan sobre cuerpos masculinos que pueden ir de la delicadeza hacia la pelea y viceversa. Vemos cuerpos que quieren escapar you otros que quieren retener. Y también vemos vestidos: hermosos vestidos blancos que se pasean por el espacio, que se visten y desvisten, un caen pero también permanecen. Es como si se subjetivara el objeto y el vestido se tornase cuerpo (al igual que en la performance). El vestido que en soledad simboliza la presencia de ese cuerpo que ya no está.
La obra tiene tantos matices para mirar, desde su eje temático y el relato del femicidio; la intervención del patrimonio a través de la danza donde el espacio toma vida a través del movimiento y volvemos a recuperarlo como patrimonio, como poseedor de historias; la personificación de los objetos como los vestidos y su juego con la música, las luces y proyecciones, en una coreografía técnica que acompaña la coreografía del movimiento; la destreza de los bailarines que se adueñan de todo el espacio y nos hacen partícipes de sus movimientos a nosotros también, que se desplazan desde el piso y las alturas; y el juego con el público, la puesta que admite múltiples miradas y versiones, que nos involucra.
La obra, dirigida por Andrea Castelli, es una producción de Performartes en el marco de Museos en Danza, un proyecto de “intervenciones artísticas en museos y edificios de alto valor cultural arquitectónico, histórico, que tiene por objeto establecer un diálogo entre dos artes que se oponen en sus materialidades: la danza, efímera y volátil, y la arquitectura con su impronta de solidez y eternidad”. De esta forma, se pone en valor el patrimonio cultural tangible e intangible desde la creación de recorridos a través de la mirada del artista con la posibilidad de explorar y habitar el espacio desde una mirada sensible.
La entrada fue libre y gratuita con reserva previa vía Alternativa teatral los días sábado 4 y domingo 5 de mayo a las 19 y 21hs.
Otras obras de Andrea Castelli reseñadas en el blog:
Ficha técnico artística
Autoría: Andrea Castelli
Bailarines: Agustina Annan, Nicolas Baroni, María Cecilia Bazán, Magalí Brey, Luciana Brugal, Sabrina Castaño, Lautaro Cianci Padoan, Gastón Gatti, Andrea Manso Hofman, Lucas Minhondo, Katia Pazanin, Federico Santucho
Mapping: Alejandra D´agostino, Sebastián Pascual
Vestuario: Andrea Castelli, Abril Rosenrauch Bonetto
Iluminación: Leandro Calonge
Sonido: Alejandra D´agostino, Sebastián Pascual
Fotografía: Guillermo Dorfman
Fx: Martín Roa
Asistencia coreográfica: Sabrina Castaño, Federico Santucho
Asistencia de dirección: Carina Mele
Prensa: Duche&Zarate
Producción ejecutiva: Performartes
Producción: Sabrina Castaño, Andrea Castelli, Diego Fernández, Carina Mele, Federico Santucho, Gisele Teixeira
Colaboración en dramaturgia: Laura Garaglia, Claudia Hernandez
Coordinación De Montaje: Marcela Alonso
Dirección: Andrea Castelli
Comments